De Lenguas, Arengas y Trabalenguas IV: La necesidad del «don de lenguas».
Hablemos de la Iglesia y sus dones.
La noble misión de la iglesia por predicar el Evangelio se ha visto dificultada por muchos y muy profundos obstáculos a través de la historia. Hombres que han tratado de pervertir el mensaje de Cristo, de privatizarlo, de exterminarlo, o recientemente de modernizarlo. Sin embargo, el primer gran obstáculo que los cristianos empezaban a tener para la causa de Cristo no era tanto predicar el Evangelio, sino vivirlo en comunión. Recordemos cuán rápidamente pasaron de tener todas las cosas en conjunto (Hch. 4:32) a no ponerse de acuerdo en quién debía servir a las viudas (Hch. 6:1-2) y así también en qué requisitos demanda la fe cristiana (Hch. 15:1-6). La vida de la iglesia cristiana era un constante vaivén de posturas doctrinales y organización eclesial que parecía ser definitiva y letal para la proclamación del Evangelio. Claro está, el Espíritu Santo estuvo ahí -y está aquí- para solucionar y preservar a Su Iglesia (Hch. 15:28).
Ahora bien, uno de los principales problemas que la iglesia llegaba a tener era en tanto a las funciones que cumplían unos con otros dentro del cuerpo. Esto es, sabiendo que debemos edificarnos unos a otros, ¿cómo podemos hacer esto? ¿quién es más importante? ¿el que edifica o el edificado? Particularmente, la iglesia de Corinto atravesaba con el problema de la liturgia -el orden de culto- y los roles que cada uno de ellos debía cumplir dentro de la misma. Tanto así era, que paree que en dicha iglesia surgieron facciones y divisiones (1 Co. 1:12) y que necesariamente prueba la necesidad de profundizar en el rol de estos dones dentro de la iglesia y para los hermanos de la iglesia.
Dicho esto, sería un crimen no estudiar los tres capítulos que San Pablo dedica a los dones del Espíritu Santo en su debido contexto (1 Co. 12-14). Si esto hiciéramos, sería muy fácil cometer un error hermenéutico y concluir con ligereza, por ejemplo, que las lenguas del duodécimo capítulo son xenoglosia y, por implicación consecuente, las demás también. Por ello, hoy dedicaremos nuestro estudio únicamente a la función de los dones espirituales dentro del marco litúrgico de la iglesia, para continuar en las próximas entregas de esta serie con respecto al particular caso de la liturgia y el don de lenguas.
NOTA: Recordemos nuestros conceptos. La xenoglosia es la capacidad sobrenatural de hablar otras lenguas humanas sin haberlas estudiado -como el mandarín, el farsi, el belga o el cantonés-, mientras que la glosolalia es la habilidad sobrenatural de hablar con una lengua no conocida ni estructurada en términos humanos, sino que tiene un significado espiritual mayor. Dicho esto, continuémos.
¡Nueve, nueve, nueve, nueve!
Antes de comenzar formalmente con el texto, a modo de preámbulo, creo que es importante recalcar que no hay sólo nueve dones del Espíritu. Esta popular creencia de que Dios ha provisto únicamente nueve expresiones de gracia en medio de su iglesia es nacida del pasaje de 1 Corintios 12:8-10, donde San Pablo parece enlistar de forma definitiva los nueve dones del Espíritu. No obstante, otras listas de dones existen (Ro. 12:6-8; 1 Pe. 4:10-11) que mencionan al hablar y al servicio como dones, negando definitivamente esta idea.
De hecho, en palabras del Sumario Teológico Lexham (Calhoun, 2018) el Nuevo Testamento no responde de manera concluyente a algunas de las preguntas que surgen con frecuencia cuando se habla de los dones espirituales. Por ejemplo, si los dones son permanentes una vez recibidos, o se pueden dar durante un tiempo, o cuál es la diferencia entre un talento o habilidad natural y un don sobrenatural dado por el Espíritu. Tan sólo sabemos que es el Espíritu quien da los dones; el cuándo y cómo quedan envueltos en un halo de misterio.
¡Aún más! Aquellos que son continuacionistas -quienes consideran que dones milagrosos como la sanidad o las lenguas, precisamente, continúan- argumentan que ‘no debemos encerrar a Dios en una caja’, pero pecan de hacerlo ellos mismos a limitar por nueve caminos al Espíritu Santo manifestándose en medio de Su Iglesia. Así, entonces, propongo que no alimentemos una línea teológica como esta que, a sazón de nuestro estudio de hoy, es secundaria; añado incluso, algo así impide con creces que podamos precisar con mayor libertad y consideraciones si el Espíritu Santo obra en tal o cual manera dentro de la Iglesia del Señor Jesús. Hay más de nueve dones, y todos son de gran edificación al Cuerpo de Cristo.
Lenguas que ¿maldicen a Jesús?
Ahora bien, aparte del tema de la cantidad de dones, la Iglesia de Cristo siempre ha tenido dificultades para definir y poner en práctica los mismos (Ellicott, 1887), tanto por su carácter de edificación, así como por el momento de usarlo dentro de la liturgia cristiana. De hecho, no está de más recordar que el texto que estudiaremos hoy -y en las próximas entregas- está dentro de la sección de las ‘preguntas de los corintios a San Pablo’ en la primer epístola dirigida a su iglesia (1 Co. 7:1 cp. 12:1; Spence-Jones, 1909).
Que, por cierto. Esto último, antes que reflejar la incapacidad institucional de la iglesia -que la hay, pues está compuesta y administrada por hombres pecadores-, revela el Poder Sustentador del Espíritu Santo para mantenernos en unidad a pesar de las diferencias. Pensemos en ello un momento. Somos hombres que no sabemos usar los dones de forma óptima e infalible y, aún con ello de por medio, es el Espíritu quien ha guardado fiel y pura a la Iglesia de nuestro Señor Jesús (Hch. 20:28 cp. Mt. 16:15-19; 28:20; 1 Pe. 2:9-10).
En este sentido, entendemos que los dones espirituales sirven para afirmar quién es Jesucristo, tanto a incrédulos como a creyentes. El teólogo anglicano H. D. Spence (1909) acierta con una nota maravillosa en nuestro primer acercamiento al texto, pues nos regresa a pensar cómo era de mal entendida la teología de los dones del Espíritu Santo, que aún San Pablo mismo tuvo que aclarar que ‘quien llama anatema a Jesús no tiene al Espíritu Santo’ (1 Co. 12:4).
Una primer conclusión de esto podría indicar que al hablar y entenderse lo que éstas personas están diciendo -esto es, que Jesús es anatema- es probable que estaban abusando de la xenoglosia. No obstante, no podemos adelantarnos a dichas conclusiones, puesto que el teólogo y comentarista anglicano Bruce Winter (1994) propone que el uso histórico de la frase ‘Jesús es anatema’ puede entenderse mejor como ‘Jesús [te haga] anatema’, aludiendo a la práctica de aquél tiempo de invocar la ayuda divina para perjudicar a otros -algo que incluso se hace en nuestros tiempos-. Esto es, usaban el nombre de Jesús para maldecir a otros o invocar juicio. El ejemplo actual de esto sería ‘que Jesús te maldiga / te haga el mal’. Bajo esta lupa, ¡claro que se entiende por qué San Pablo niega que el Espíritu Santo provea semejante invocación! Y, de hecho, prueba finalmente que no se habla únicamente del don de lenguas aquí, sino que alude a la aceptación general de que maldecir en nombre de Cristo era una práctica ‘espiritual’. Esto, por cierto, tiene gran similitud con el texto joanino de probar los espíritus, aludiendo a que todo don y obra debe reconocer a Cristo Jesús, de otro modo demostraría que Él no le ha enviado (1 Jn. 4:1-3).
De hecho, si lo observamos correctamente, podremos notar que esta idea requiere de mucho análisis en tanto a varias doctrinas que los creyentes sostenemos el día de hoy. Por ejemplo, en actividades como la liberación -o exorcismo, históricamente- se suele creer que se debería maldecir al demonio que sale. No obstante, ni aún Jesús mismo practicó tales actos en su ministerio terrenal (Mt. 8:31-32). Es preciso, entonces, que aclaremos esto para no generar confusiones. Maldecir en nombre de Cristo es injustificable.
Continuando, H. D. Spence (1909) destaca cinco posibles razones por las que los hablantes de ‘Jesús como anatema’ pudieron haberlo hecho. (1) Algunos de ellos, no siendo sinceros, podrían haber caído realmente bajo la influencia de impulsos que eran terrenales y demoníacos, no Divinos -esto es, que sí estaban bajo la influencia de un espíritu, mas no del Espíritu Santo-. (2) Otros, no controlando debidamente su propio impulso genuino, podrían haber estado expuestos a la influencia incontrolada de declaraciones de las que eran en ese momento irresponsables. (3) Siendo incapaces de una expresión razonada, pueden haber expresado audiblemente vagas dudas gnósticas en cuanto a la identidad del "Jesús" que fue crucificado y el Verbo Divino. (4) Pueden haber estado enredados en perplejidades judías que surgen de pasajes veterotestamentarios (Dt. 21:23, "El que es colgado es maldito de Dios"; o finalmente, (5) por algún extraño abuso del verdadero principio expresado por San Pablo en 2 Cor. 5:16, pueden haber afirmado en esta temible forma su emancipación del reconocimiento de Jesús "según la carne” -negando la encarnación, en otras palabras-.
Si observamos con detenimiento este primer análisis, notaremos entonces que hay un aspecto teológico más profundo en tanto a lo general sobre los dones espirituales. Esto es, ellos eran usados para la Gloria de Dios (1 Co. 10:31) y siempre con un aspecto de exposición y proclamación del Evangelio, y para la edificación y crecimiento del prójimo. Necesariamente, esto incluye a nuestro famosísimo don de lenguas que, a la luz de lo estudiado, debe cumplir una función reveladora y doxológica. Es revelador en tanto habla de Jesús, y es doxológico en tanto habla bien de Jesús. ‘Quien llama anatema al Señor Jesús no tiene al Espíritu Santo.’
El comentarista inglés Charles Simeon (1833) añade que este es el fin por el que debemos desear el don del Espíritu Santo: debemos sentirnos conscientes de que no podemos conocer a Cristo, a menos que el Espíritu lo revele en nosotros; o venir a Él, a menos que el Espíritu nos atraiga; o ser uno con Él, a menos que el Espíritu lo forme en nuestros corazones. Dicho de otro modo, los dones espirituales se destacan de los actos fraudulentos en que los primeros buscan siempre exaltar al Señor Jesucristo, mientras que los segundos siempre dependen del falso profeta o administrador (1 Co. 12:2-3).
A todo esto… ¿y como para qué?
Ahora, notemos que hay características específicas de los dones espirituales que valdría la pena que consideremos para la definición de éstos y, por consecuencia, al don de lenguas.
En primer lugar, observemos lo que el texto de 1 Co. 12:4 dice. El original griego reza Διαιρέσεις δὲ χαρισμάτων εἰσίν, τὸ δὲ αὐτὸ πνεῦμα -lit. diversidad [pero] de dones [están] habiendo, pero de éste Espíritu-, y salta a nosotros que la función activa del verbo ‘ser’ -‘εἰσίν’ o, están habiendo- se use en este texto. De hecho, el comentarista bíblico Charles Ellicott (1887) destaca que éste verbo, por su conjugación, parece indicar un carácter inmediato y cercano de los dones para con los corintios. Esto es, eran -y son- dones presentes y recurrentes, de modo que no eran ajenos, ni a los corintios, ni a San Pablo.
Para nosotros, esto debe ser de mucha importancia al estudiar el don de lenguas pues, si bien tiene sus connotaciones en el marco del continuismo / cesasionismo -las posturas de que éstos dones actúan o no en el presente, y que veremos en otra ocasión, Dios mediante-, lo destacable aquí es su carácter cercano. En otras palabras, los dones espirituales, como creyentes, nos deben ser familiares de modo tal, que ninguna manifestación de estos sea extraña o ajena, concluyendo que todo aquél que veamos como extraño o sospechoso, pueda ser desechado con facilidad (1 Jn. 4:6b). Los dones deben ser practicados de forma constante y cercana, de modo que sean fáciles de identificar entre nosotros mismos.
En segundo lugar, notemos también que el texto habla de una διαιρέσεις -lit. distribución-. Un comentarista (Spence-Jones, 1909) habla de este término griego al escribir que los dones del Espíritu no son uniformes, sino que muestran la diversidad en la unidad. Así como la luz del sol al incidir sobre diferentes superficies produce una multiplicidad de destellos y colores, así el Espíritu Santo manifiesta su presencia de manera diversa, e incluso a veces con fuertes contrastes, en diferentes individualidades.
De hecho, los versos siguientes utilizan dos términos más para hablar de otras diversidades que el Espíritu da a Su Iglesia, esta es διαιρέσεις διακονιῶν -lit. distribución de diaconoados [o ministerios]- (1 Co. 12:5) y διαιρέσεις ἐνεργημάτων -lit. distribución de actos [o capacidades, potencias]- (1 Co. 12:6). Sobre esto, Charles Ellicott (1887) agrega que las exhibiciones prácticas de esa misma energía divina de la que χαρίσυατα, διακονίαι, y ἐνεργήματα emanan todas por igual manifiestan de por medio la unicidad buscada. Así también, el texto (1 Co. 12:6) concluye con αὐτὸς ⸄θεὸς ὁ ἐνεργῶν⸅ τὰ πάντα ἐν πᾶσιν -lit. [de] este Dios, el cual ha actuado a todo en todos-. Y, Charles Ellicott (ibid.) añade que el texto τὰ πάντα, entonces, se refiere a las diversas formas de manifestación del Espíritu, y los πᾶσιν a aquellos en quienes se despliegan éstos.
¿Qué significa esto? ¡Que los dones deben de coincidir! Si es el mismo Espíritu quien los opera, y el mismo Espíritu quien los distribuye, deben obedecer al propósito mismo del Espíritu Santo. Y esto conecta con nuestro don de lenguas en que éste debe perseguir el mismo fin y celo que los demás dones. Por lo tanto, la meta del don de lenguas, junto con los demás dones, es para nutrirnos, exhortarnos y animarnos a perseverar en Cristo Jesús (1 Co. 12:25-27). Diferentes personas prestan diferentes servicios, e incluso aplican los mismos dones de diferentes maneras, pero todas persiguen uno y el mismo fin, la Gloria de Dios y el bienestar de los demás hermanos (1 Co. 12:7).
En palabras de Bruce Winter (1994), a cada persona se le da la manifestación del Espíritu no para sí misma, sino para el bien común. El "bienestar" de los demás en la vida secular era el objeto de las bienhechurías, y San Pablo utiliza [en el texto] la misma [expresión ‘el bien común’, v. 7] para subrayar que lo que a cada uno se le ha dado es para los demás. En la Corinto secular, la élite exhibía sus dones y habilidades creyendo que eran éstos los que les daban estatus y significado. Esta falsa noción parece, en algunos casos, seguir existiendo después de la conversión y en el ministerio. Dicho por Matthew Henry (Scott, 1997) nadie tiene [dones] sólo para sí mismo. Cuanto más beneficie a los demás, más se volcarán en su propia cuenta.
Nota al pie… ¿Notar al hombre?
Ahora, no debemos restar importancia a esto último, pues muchos confunden la operación del Espíritu Santo en uno y hacia la iglesia, con la relación personal del Espíritu hacia uno. En otras palabras, hay quienes creen que ‘a mayor operación y ejercicio de un don, más espiritualidad se demuestra’. Esto sencillamente no es cierto.
Debemos reconocer que sí, hay virtud y cierto grado de espiritualidad en quien ejerce sus dones para la edificación de la iglesia. No obstante, muchos han salido a fingir que tienen ciertos dones -específicamente, los milagrosos- para promoverse en un falso estado de superioridad espiritual. Pastores, profetas, apóstoles, maestros y demás títulos que se dan, ofrecen conferencias donde ejercen tal o cual don y reciben de los asistentes el aplauso y la ofrenda, siendo que ellos no aportan absolutamente nada a la fe de quienes le escucharon. Puede que alguno crea que ‘se acercó más a Dios’, pero esa percepción sentimental es, lamentablemente, solo eso, un sentimiento (Hch. 14:11-12).
Si algo consigue el Espíritu de Dios obrando en medio de Su Iglesia, es que dejemos de decir ‘ese hombre tiene un don muy fuerte’ y comencemos a decir ‘cuán grandes cosas hace Dios en medio de su Iglesia’. Tomemos esto último a modo de conclusión, de forma tal, que seamos conscientes de que los dones, incluido el don de lenguas, no es para la admiración de los hombres, sino para la Gloria de Dios (1 Co. 10:31).
A Dios sea la Gloria.
Recapitulación.
Romanos 8:26 - El don de lenguas no está presente en este texto. La referencia hecha sobre orar en el Espíritu apunta a algo más profundo, siendo esto el que Él mismo intercede por nosotros -y junto a nosotros- delante del Padre.
Hechos 2:1-6 - El don de lenguas en Pentecostés es xenoglosia, esto es, la habilidad sobrenatural que el Espíritu le dio a los primeros cristianos para cumplir la Gran Comisión del Evangelio, predicándoles en su propia lengua materna.
Hechos 10:44-48 - El don de lenguas no es equivalente ni prueba del bautismo del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu es un sinónimo teológico de la salvación de todos los creyentes, dado de forma plena y universal en la fe, mientras que el don de lenguas es una expresión de gracia con la que el Espíritu capacita a ciertos hombres, mas no a todos.
1 Corintios 12:1-7 - El don de lenguas no puede ser una manifestación que reste gloria a Cristo, que invoque maldiciones a terceros o que sea distante del objetivo principal de todos los dones de forma universal, esto es, la proclamación fiel y plena del Evangelio. Así también, junto con todos los demás dones, las lenguas son siempre, y en todo momento, para la edificación de los demás creyentes y nunca para la búsqueda de reconocimiento o ‘mayor espiritualidad’.
Fuentes de Consulta.
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